martes, 28 de febrero de 2012

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Cuando le preguntaron si algo andaba mal se limito a negar con la cabeza en silencio, esbozando esa sonrisa incompleta del que no tiene retorno. Qué sentido tendría explicarle a esa gente, que finalmente lo conocía poco, lo que había entendido hacia unos segundos? Pensó en como seria, pararse en silencio, y desde el centro de la sala llamar a todos a que se reúnan. Y contarles la noticia. Probablemente luego de sus palabras vendría un silencio corto, incomodo, quizás alguna risa resignada, y finalmente la dispersión de los compañeros de trabajo. Todos pensando en que había perdido la cabeza, y ensanchando la brecha que los separaba de el. No, era mejor dejar las cosas en el anonimato.
Termino la jornada como todo el que sabe que va a hacer algo por ultima vez, de alguna forma ausente y sin preocuparse por las cosas que antes lo sacaban de quicio. Mientras ordenaba el papeleo del escritorio, noto como el tiempo frenaba, esperándolo todo lo necesario, como si pudiera decidir quedarse en ese instante para siempre. El frío y la tormenta latente traían esa noche prematura que anuncia el fin del mundo, ese gris que todo lo envuelve.
Se levanto y se fue despacio, dándose cuenta que no dejaria una marca en ese lugar. Nadie se iba a acordar de el. Un fantasma que un día no vino mas. El viaje en tren fue lo mismo, un fantasma y una gran ausencia de todo.
Frente a la puerta de su casa dudo, oliendo lo que había adentro, sintiendo la presencia, la fuerza que irradiaba lo que lo esperaba. Lo que sintió no fue miedo, sino el vértigo y la ansiedad que siente alguien que se va a lanzar al fin de la noche. Y abrió la puerta.
Prendió la luz y apareció el comedor. La cocina ordenada y limpia, todo en madera de imitación. Toda esa modernidad que desde el día en que se diseño parecía antigua. Los cuadritos genéricos, la vida genérica, todo contenido en un cubo habitable. La tele, los discos, los muebles, contrastando con la realidad que se tragaba el ambiente en silencio como un agujero negro.
Sentados a la mesa lo esperaban las 5 siluetas negras. Hombres difusos, creados de pedazos perdidos de universo. Sus jueces, sus guías. No hubo necesidad de hacer o decir, las costras vacías de la vida que contaminan de mentira a lo que tocan, simplemente esperar. El asiento libre era para el.
Dejo las llaves sobre la barra de la cocina americana, como todos los días. Dejo el saco y el sombrero mojados, como todos los días. Avanzo hacia la mesa a través del vacío, cada paso que daba rebotando y amplificándose hasta ser insoportable. El aire contenía toda su vida, todo lo que alguna vez había hecho, sus vergüenzas, sus miedos, sus aberraciones, su humillación. Flotando frente a su cara, mostrándole lo que realmente era.
Corrió la silla.
Se sentó.
Un fantasma que un día no vino mas.

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