Abrió los dos ojos y encontró un tercero. Pestanear se sentía raro pero, entendió, era lo que tenía que ser. Quiso levantarse y su cuerpo pasó de sólido a blando, de blando a espeso, de espeso a líquido. Lo mismo con su cama. Lo mismo con el reloj. Lo mismo con el tiempo...
Flotar, chocarse, unirse.
El aire lo agujereaba por sectores y entre los espacios vacíos podía identificar algún objeto aislado, quieto, y por unos segundos íntegro, hasta que el todo lo tocaba con la vara del líquido y se unía a todo lo demás.
Siempre creyó en Heráclito, pero esto probaba la teoría de Parménides. Tuvo la suerte de recurrir al zen y el fuego fue agua y su forma de pensar se cristalizó. Y su cuerpo pasó de líquido a espeso, a blando y a sólido una vez más.
Pestanear volvió a ser cosa de niños.
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